“La vida
es una herida abierta,
vas aprendiendo a cerrarla,
de esta manera,
como tu cuerpo,
extiende un manto de inmunidad
desde tu piel hasta tus huesos,
sin darte cuenta,
vas descubriendo tu fortaleza,
¿La ciudad cansada una herida abierta?
¿Cuáles son las partes cicatrizadas de su cuerpo?
La vida calla,
en el silencio te enfrenta a su dolor,
en algún instante
descubrirás cuál es tu inmunidad.”
En medio del crepúsculo,
su sombra sigilosa, invisible,
sus ojos un volcán apagado,
sigilo de la supervivencia desértica.
El joven, extenuado,
el puñal de su mirada
una señal silenciosa de su identidad,
el zorro, solo lo acechaba,
esperando una señal dispersa,
¿Por qué me observas?
El zorro respondió,
con su presencia, un reto desnudo,
era su verdad sin decoración,
comprendió que la vida era quebradiza,
y áspera, el tiempo no se retrasa.
El animal desapareció
entre las lenguas de sombra,
caminar por las huellas,
es aprender de la espada,
su filo enseña con heridas inevitables,
a veces, se respira al borde de su filo.
La tempestad se hizo arena,
la arena, una señal bestial
que no hay tregua en el desierto.
El habitante de la ciudad,
acepta las heridas,
continua su camino, entre semáforos
y un pavimento deteriorado,
en su pensamiento una oración
liquida se escapa por sus manos.