cuando estás convencido
que el rostro de cervantes
asoma con nitidez espantosa
de una de tus toallas de baño,
mientras lees absorto y casi
ce-re-mo-nial-men-te
una crónica blanda
sobre pablo (de rokha),
declaras a los cuatro vientos
que la pura y santa literatura
te mantiene -todavía- en pie
(aun si has machacado a tu editor
una chorrera de veces
y otro poco y medio de sobra).