De lejanos montes
traigo en mis alforjas,
nieve de un mar muerto
-sin luna redonda-.
Y sobre mi potro,
deshecho en hilachas,
va mi corazón
con su pena amarga
dentro de un sudario
que es de plumas blancas.
Una rosa traje.
La llevé a mi casa,
y manchó de sangre
mi blanca almohada.
Yo le dije: rosa,
no seas macabra,
que ya está mi potro
mojando en las aguas
su cola azabache
y sus patas blancas.
Un garboso albo
con baile de gala.
Mil peces, a coro
en torno le saltan.
Y una rana verde
se sube en sus ancas.
¡Dejad al caballo
que el no sabe nada!
Dejadlo que suba
la cuesta empinada
que va desde el río
y sube a mi casa.
Dejadlo lamer
mi cama manchada.
Que su belfo limpie
la rosa encarnada.
Y luego... Que venga,
¡y baje una luna
sobre mi almohada!