“Aun los siglos atraviesan el mar
para llegar a continentes
pareciera que el mundo
es un espejo roto,
a veces, un eco desconocido,
o una copia dispersa del dolor…
las olas devuelven los gritos
incansable de una tierra espiritual,
la raíz de sus habitantes,
el fuego de su cultura.
Hay continentes que arrastran cadenas,
aunque parezcan disueltas por sus bailes,
lo espumante de su espíritu,
pero el ruido de las cadenas en sus tambores,
las olas no entierran,
siempre llegaran a las orillas con la verdad.
¿En la ciudad que encuentras?
¿Alguien olvido escuchar?”
Hay lagrimas que se perdieron
en la espuma de barcos y remos.
La tierra se pegó en la piel
se lavaron en aguas de un rio
los hijos aún esperan su claridad,
todo te devora;
el alma, la piel desnuda,
el hierro y el látigo.
En algún lugar de esta ciudad,
una flor silvestre que guarda
el eco del silencio interrumpido
y la memoria de la esclavitud,
en esta dispersión brutal
la ciudad tiene un aroma a raíces
de un dolor que se respira
por la empatía perdida
carcomida por el velo del silencio.
Hoy, entre las torres de vidrios,
a veces, se escucha la voz
de grilletes y piel,
“¿Qué se ha hecho del grito?
¿La memoria tiene algún lugar?”
El canto no puede ser arrebatado
sus raíces son la identidad,
para soltar los lazos que atan
los pies y acercar el aroma
de la libertad que no es un sueño
es la raíz del hábitat en la tierra.
Hay tambores y danzas,
pies descalzos,
que despierta olas incansables
que sueltan a la orilla
los maderos,
del naufragio de una libertad,
confundida por trozos de vestimentas.