Ayer, al oír tu nombre
en el eco de la tarde,
sentí que el mundo callaba
y algo suave me rozaba.
Como pétalos que vuelan,
como un suspiro de palma,
tu nombre cruzó el silencio
y dejó mi alma en calma.
Era una rosa descendiendo,
era un rayo de ternura,
un instante suspendido
entre el asombro y la dulzura.
Tu nombre, como un milagro,
acarició el horizonte,
y en mi pecho quedó escrito
como un verso en un monte.