Confesión de amor
Un día muy florido, yo estaba junto a ella,
diciendo mil palabras, contando mi ilusión;
y en pleno mediodía, de pronto, vi a una estrella,
mirarme con sigilo mi pobre corazón.
Sentí inmediatamente fluir, dentro, en mi pecho
un mar indetenible, gigante al estallar...
mas, dije mascullando, me gustas, ya es un hecho,
pero, también presiento que puedo exagerar.
Sonriendo me veía, sonriendo le miraba
y así, como si nada, dijimos, ¡ay, amor!
¿Qué tienes en tus alas? ¿Qué pasa con tu aljaba?
¿Acaso la sonrisa disfrace algún dolor?
En eso una llovizna brolló como secuela
y ambos, coincidimos, cambiarnos de lugar;
porque la puerta es grande si el alma sigue en vela
y en toda circunstancia, la idea está en cambiar.
Después de aquel percance, miré y miré sus labios,
en cuanto articulaban palabras para mí.
¿Qué tiene el ignorante que no entiende a los sabios?
¿Qué pasa por la mente si vemos algo así?
Si llegan estos versos a anclarse en su ventana,
que el cielo sea testigo de todo mi decir:
pero, también que sea testigo la mañana,
aquella donde escribo, «por ella he de morir».
Samuel Dixon