Al verte,
mi seducido corazón
se acelera,
henchido de emoción.
Al mirarte
mi fe crece
y ante el milagro,
digo, creo en Dios.
Veo tu cabellera
como cascada
que acaricia tu rostro
y posa en tus bustos esbeltos,
cuan sensual paisaje,
cubierto de versos.
De la mano
surcamos cielos
y caminamos veredas.
En ese itinerario
sueño que beso
tus labios
sedientos de amor
con el fulgor de los míos,
ardiendo en la brasa
de tu clamor.
Besos intensos
y apasionados,
que conmueven mi ser.
Confieso que así no estés,
los siento y los vivo,
esperándote.
Al final tu retrato
provocativo
e insinuante,
hecho para mi,
me despierta,
me levanta
y me sonroja.
Pienso y entras en mi,
nos amamos
hasta ser feliz,
enamorados.
Es el ritual
del sempiterno idilio,
que nada
ni nadie socava.
Ni la ausencia
ni la distancia.
Ni la vejez del tiempo
ni los pactos nupciales.
Pasan los años
y todo cambia,
menos nuestro amor.