El tiempo se cuela suave
bajo las plumas con las que volamos,
que nos protegen del frío
y nos alejan de lo mundano.
La ternura con la que se posan
los vientos en mi regazo,
los hombros bajo el sol
volviéndose de un blanco dorado.
El milenio me traspasa,
el siglo, la década,
los años no pasan en vano:
otoño, invierno, primavera, verano.
Los árboles pasan bajo mis alas,
acariciando con sumo cuidado
aquellos dones que me dieron
como regalo de un dios velado.
Plumones se mantienen en el viento,
flotan como en un lago,
las hojas acarician mi rostro,
de aquellos árboles que atrás dejamos.
Poca es la distancia recorrida
ni la que he de recorrer
entre la muerte y la vida,
el viaje en un santiamén.
Mi cuerpo se siente vacío
aunque lleno de aire a la par,
hermosa y perfecta combinación
que hace que pueda volar.
Me deslizo en la distancia, me alejo en el tiempo,
cargando sobre mí lo que sé,
aceptando lo que no entiendo,
vuelo sobre mí y mis sentimientos.