La luna sale,
sonríe, tiene sus
preocupaciones,
sus cráteres, pero sale,
se airea con el aire
que corre por encima,
regolito tibio ausente,
y el sol no lo calienta,
permance frío, carente,
sin huellas, sola, seca,
olvidada de la ciencia.
La luna sonríe, sale,
sigue adelante en su rotar
incesante, acostumbrada,
y el sol ignorante mira
a otro lado, despistado, falto
de la atención que necesita
un corpúsculo tan minúsculo,
que pesa poco en el trozo
de universo que el Sol domina,
y le conmina a mirarla por encima
del hombro, y el tiempo vuela,
y el espacio se hace magnitud física,
y la velocidad es cosa de un buen
motor y de un estimable carburador,
y la dinámica de la mecánica celeste,
esa que se mueve alrededor, insapiente
del formulaje eisteniano, sigue erre
que erre en lo suyo: \"moverse\".
La luna ya salió, y no se ve,
se escondió tras montañas de dudas
y arreboles y el sol, en otra liga
planetaria, no está para ella, pasa
de cuerpos celestes tan distantes
que los rayos, a veces, resbalan torpes,
y sus contornos, y sus regolitos, y sus
volcanes kilométricos son solo bultos
marrones según la perspectiva que yo
tengo, y la vida desde tan lejos vive
posible, imaginable, y su oronda faz,
tan abultada, me tranquiliza, me hace
pensar que está bien alimentada.
La luna sale y yo, quizá, con ella...