🇳🇮Samuel Dixon🇳🇮

AUTORRETRATO II

 

AUTORRETRATO II 

Terminé la carrera que empecé con cariño,
apoyado de padres cuando un día fui niño.
No dudé ni un momento que el Señor es mi guía
y ni dudo tampoco lo que un sabio decía:
«en la vida hay placeres y caminos distintos,
y es virtud la paciencia sobre mil laberintos
que, en el pleno apogeo nos acechan la luz
y creemos, a veces, que hemos muerto y sin cruz;
olvidando el precepto de la casa soñada».
Es, por tanto, salmodia, resurgir de la nada
y emprender los senderos con designio optimista.
Es la vida un espejo y, a la vez, autopista
donde corren ideas, 💡 donde nacen valientes
que, al pasar de los años van dejando simientes.

En la vida hay lo simple, lo agrio, dulce y amargo
y es tan corta vivirla, y el camino es tan largo,
solo el sueño es esquivo. Solo el aire da prisa 
y sorprende la boca cuando da una sonrisa
para hacer maravillas del cerebro coqueto.
El amor es jarabe si hay un hombre incompleto
y por eso, yo quise saludar a las dianas,  escribiendo con versos, al desliz, filigranas.

Y estudié, entusiasmado, la brillante carrera
que, durante cinco años fue esperanza primera.
Es que el hombre es artista, yo escuché en un consejo
y lo tengo presente, como vivo reflejo
que, del cielo infinito se pasea entre nos.
Sin embargo, he cumplido, con vigor, veintidós,
batallando constante con el miedo que apunta;
ese fígaro inquieto que molesta y pregunta
la razón del camino, del hogar soñador.
Por lo tanto, la clase nos la dio el profesor
y aprendimos de letras, silogismos y rimas;
y entoné los poemas en distintas tarimas
a sabiendas de ritmos, parangones y trinos,
recorriendo con eco los doscientos caminos.

Pero, yo antes aclaro la divina memoria,
que no fue nada fácil esta gran trayectoria
que, por cierto, no empieza ni termina con versos,
ya que, existen detalles con momentos dispersos
y memorias sublimes, y personas decentes
que yo ahora menciono, los cuarenta docentes,
de los cuales obtuve centenares de cosas.
Ellos fueron mi espada, mis jardines de rosas 🌹
y la antorcha encendida de mis triunfos amenos.
Ellos son la sonrisa, los consejos tan plenos,
el baluarte brillante, la figura abolida,
que tiñeron con gloria mi lumbrera encendida.

Estudié yo de Lengua lo que tengo vigente,
al hablar como escribo o a pensar diferente;
a decir con honores la palabra correcta,
que en los labios seduce y a la gente la humecta.
Estudié del idioma las variantes y el uso
que, en un tiempo olvidaba y estaba confuso.
Estudié las funciones que presenta el lenguaje
y también otras cosas del brillante paisaje;
estudié los fonemas, estudié los morfemas
para ahondar con dulzura la escanción en poemas.
Estudié tantas veces los distintos vocablos
y en semántica supe de pasiones y establos;
parapeto que suma con pragmática fuerza,
el estudio completo para el hombre que ejerza.

Estudié de contextos que en los textos se augura,
es decir, del prodigio preservado en cultura.
Estudié lo clásico, pues, también lo moderno
y un conjunto de libros que son más que un cuaderno.
Estudié lo apacible, de escritores de antaño,
valorando las letras como un simple rebaño.
Estudié de la historia su sabor culinario
y lo enciendo con versos, es decir, literario:
ese tono encomiable que de pronto se prende,
que se eleva en los pechos y en los labios se enciende.
Estudié yo, en resumen, dulce literatura;
una rama de incienso con colores de altura.

Es por eso que escribo mi retrato, abolengo,
y que el mundo difunda mi razón, si la tengo.
                       

                            Samuel Dixon