De día alucino,
de noche deambulo,
entre piedras volcánicas que resbalan y caen,
como misterios acobardados,
un remolino en mi trayecto,
sombrios vientos que traen recuerdos petrificados en el olvido.
Un pozo sin fondo, de agua sin aliento…
Un jarrón que llevar, tantas horas que debo tomar…
Y en el sembradío, un asno que encuentro.
Le ofrezco libertad, y me dice que no la quiere;
prefiere sufrir, comer y aguantar,
a vivir, reír y gozar en libertad.
Cerca, un campesino enamorado,
que siembra amor con raíces y llanto por regar,
afligido desde que ella partió.
Cree que ella ya anda con otro, casada, feliz con su infelicidad…
Si supiera que el de picota y abarcas aún llora su ausencia,
que aún espera por su amada…
La noche me alcanza, una vez más.
Huir no puedo, abrazarla sí quiero.
¡No hay estrellas! ¡Qué raro!
Ah, no… creo que el campesino
las anda robando,
para que, cuando ella llegue,
la reciba con luceros que cuelguen de sus tiras caídas…
Y ahí sabrá cuánto la ama…
¿Lo logrará?
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