Canibalismo daliniano
Relojes,
que se derriten sobre la carne húmeda
de los amantes,
anuncian tiempos que nunca existieron,
minutos que se enroscan
entre orgasmos de arena.
Allí la carne se disuelve
en un delirio lúbrico,
banquete de sombras al filo
de un futuro por nacer.
Los ecos gimen
en las horadadas rocas de Port Lligat,
el aire se arremolina
como seda en llamas cubriendo sus torsos,
mientras sus miembros
se entrelazan como raíces
en el vientre de la tierra.
Todo late: las rocas, las sombras…; orgía sin fin
donde sus almas se reinventan a cada mordisco.
Es el lienzo donde dos cuerpos pintan futuros
en un inquieto horizonte.
Lenguas de relojes lamen sus espaldas,
mientras sus gemidos
se convierten en columnas de humo
hacia un cielo de néctar.
Los amantes se devoran,
no para morir,
sino para renacer como bronce
fundido por el tiempo,
entregados a la voluptuosidad febril
de un sueño que consume la realidad
como último festín.