Hiberna la higuera
para escondite de la iguana
cuando no es manantial
de la dulzura veraniega,
vivo para la adulta piedra
del cielo
una vez caída como sepulcro
sobre las voces
que me piensan en la tierra
como tormento
y susurro de impiedad,
mientras las estrellas
empuñan la noche
y curan la sangre
con carne de tu imaginario,
cuando la evidencia
se convierte
en un bello encontronazo
con lo siniestro,
cumpliéndose inexorablemente
en el crimen perfecto
de la banalidad,
lenguaraz pergamino del sol
en el ombligo del espejo
donde la muerte recién nacida acontece
vengando la traición del inocente.