Que se mueran los freudianos,
que se borren las heridas,
los surcos del alma
en tu perpetua sonrisa.
Mueran los cognitivos conductistas,
apagando el fuego de los labios sin besar,
salvo los tuyos, manos y palabras
que esperan, despiertan.
Ahora que amanece
se borran tus libros, tus poemas
como abanicos en tu cama
de extensas sábanas arrugadas.