Con la fresca imagen de la esperanza se forjan las vivas ilusiones,
Que nacen con el canto de los ruidosos gorriones y ruiseñores,
En las copas de los árboles de las atestadas y saturadas plazas,
Cuando ha pasado el invierno y, de primavera, las primeras mañanas.
Incluso el recuerdo del silbado soneto ilusorio hace feliz al hombre:
Lo lleva al país de la dicha, del eterno descanso a la inmerecida pena
Del hogar perdido en la lejanía de los años que los separan inclemente,
De aquella nación que en un tramo del tiempo le recibió en la tierra.
Sangre y llanto, olores iguales a la muerte y la pólvora en la batalla:
Una, contra uno mismo, otra contra los hombres llamados enemigos;
En común tienen la arrogante tiranía de la juventud marchita y vencida
En la tierra de nadie del tiempo, esperando la paz de los fenecidos.
Para morir solo basta tener la aspiración de seguir respirando
Y un par de piernas para recorrer el orbe como desposeído,
Con hambre, sed, fatiga, tristeza, afanes, melancolía y frío
Que unos llevan en el alma y a otros se le nota en lo físico.
Con la apacible idea de las ilusiones, se vive entre las tinieblas del alma:
Unos esperan quedarse donde llegan, otros sueñan volver de donde partieron;
La existencia es una eterna condena que obliga ofensiva a los despiertos,
Justo equilibrio donde no hay vencidos ni vencedores, pero si sueños eternos.
Cuando llegue el día de rendirme, donde no tenga saldo a favor ni pendiente alguna cuenta,
Yo mismo buscaré a la que siempre nos espera y me entregaré con los versos de Nervo en la boca
Y dulcemente me tomará en sus brazos fríos, donde a tantos y tantos ella acariciaba,
Pues la ilusión de toda una vida es descansar naturalmente en la eternidad que nos espera.