En el techo invertido de un mar sin olas,
la luna llora espejos de espuma púrpura.
Mis dedos, raíces de humo,
acarician un reloj que sangra tiempo en cada tic.
Las estrellas se desnudan,
y en su desnudez, gritan secretos
que sólo los cuervos saben escribir.
En el bosque de los párpados cerrados,
el piano de sombras toca su lamento.
Los peces vuelan persiguiendo la nada,
y yo, en su vuelo, me pierdo,
olvidando si fui humano o sueño.
El aire sabe a menta vieja,
y la tierra ríe con dientes de cristal
sobre tus plumas de garota sambadora.
Hilo dental atrapando mi suspiro
sobre el abismo de un procaz susurro.
La bailarina danza con zapatos de fuego
donde la música es silencio
mientras un eco se arrastra entre sus piernas,
ahí donde todo existe y no;
yo, atrapado en ese lienzo sin bordes,
me convierto en un punto,
un fin que nunca empieza.
JUSTO ALDÚ
Panameño
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