He perdido la cuenta de las tantas veces que fui infeliz, creo que vive en mi.
No es fácil para mí, sin embargo, resistí, volverme loco, me lo impedí.
No veo diferencia alguna entre vivir y morir, amar y sufrir.
A veces y contra todo lo que digan, mi felicidad no depende de mí.
Escapar del dolor creí, sin mirar atrás, pero, no soy bueno para fingir.
No soy bueno para maldecir y menos para herir; mis acciones hablan de mí.
Quizás por eso, como un juguete me tuvieron, para arrastrarme, tirarme y destruirme.
Sin dones, sin vocaciones, prácticamente camino bajo el sol sin ningún fin.
En mí no hay ninguna historia feliz, ni lámparas de la suerte, ni fuentes de los deseos.
En mí solo hay vacío, abismo y miedo; soy como aquel ciego que se enamora.
Trato de sentir todo de otra manera, trato a todo darle forma, pero no veo el modo.
No encuentro el lado, el cómo; no tengo gozo, en cambio me sofoco.
Miro a mi alrededor y me siento tonto, como un mono en un vacío zoológico.
Quiero mirar al sol sin quemarme los ojos, exponer mi cuerpo sin dañar mi piel.
Me fueron infiel, probé el sabor de la hiel; me dijo que se arrepentía, era mentira.
No tengo ya ganas de seguir andando; me dan ganas de cerrar mis párpados.
Voy cayendo en esta terrible trampa del cual ya no hay salida, ni de noche ni al alba.
Perdí la batalla, perdí la guerra; los gusanos de la nostalgia por mi cuerpo se aferran.
Pero la verdad, no me aterran; siento que mi destino siempre fue la indiferencia.
Mi ser quiere cambiar de morada, derribar esta muralla, y vivir del otro lado, donde existe paz, tranquilidad, calma.