Qué noche la de anoche...
cuando arropada con tu aliento,
el cielo se volvió ardiente
y del amor, hicimos derroche…
El aire se volvió fuego,
iniciamos el eterno juego
de amarnos entre sábanas
que estorbaban, pues la piel bastaba.
El néctar de tus labios, refrescaron
mis labios sedientos… ávidos de ti;
que se deleitaron en esa ambrosía
teñida de amor y pasión con frenesí.
No había oscuridad donde todo era luz,
nuestras almas se enfrascaron en un haz
que nos elevó hasta el mismo cielo…
volviéndonos en un fulgor etéreo.