El pasar de los días
Amanece un nuevo y repetido día,
un día igual de triste que el de ayer.
Un día que será igual que el de mañana,
y también igual que el del día siguiente.
Amanece un nuevo día, si, aunque…
para mí, ya todos los días son iguales.
Que lejos quedan aquellos días de mi juventud,
aquellos días que eran esperados con ilusión,
y que eran recibidos con alegría y regocijo.
Días que eran deseados porque traían con ellos
esperanzas de encauzar el rumbo de la vida.
Traían serias expectativas de mejorarlo todo.
Que infundían ilusión y ganas de luchar y de vivir,
ganas de progresar en lo individual y en lo colectivo,
en lo familiar y en las relaciones con otras personas.
Y sobre todo, ganas de encontrar un amor sincero.
Hoy, el pasar y pasar de los días, ha cambiado
la forma de esperar su continua y triste llegada.
Ya no vive en mí, esa ansiada espera de entonces.
Ahora, ni me molesto en indagar en qué día vivo,
en qué momento, y para qué, estoy viviendo.
Ya no me brillan los ojos ni me siento excitado…
al pensar como antes en aquel amor deseado.
Amor, que llegó sí, y en su hora, pero que como
otras tantas cosas se fue con el paso de los días.
Hoy, ya solo me quedan el montón de años
que he ido acumulando con el paso del tiempo.
Con el continuo pasar y volver a pasar de esos
molestos días que han ido marchitando mi vida.
Así es hoy mi vejez, una luz tenue, casi apagada,
nada parecida a aquella luz de mis años jóvenes.
Pero de ella, de la vejez, hablaré si acaso mañana.
Pues mañana será…. OTRO DÍA.