“Un aullido, como cuchillo sombrío,
atraviesa la piel del silencio y las estrellas,
la ciudad se acuesta con un presagio.
la muerte danza en los techos
y el tiempo es grietas del asfalto
En la arena,
Un aullido que atemoriza,
fluye natural de una garganta
como una cascada libre.
escupe su violencia.
El coyote lleva la incertidumbre
hasta los límites de ti mismo.
donde la muerte es una capa de espejos,
y deja de ser un castigo.
Tu piel una capa delgada y frágil,
busca un refugio en su temor,
el aullido no amenaza,
es la expresión natural de un canto
en el hábitat de un animal,
delata los límites de tu vulnerabilidad.
Así, el coyote enseña:
la reflexión nace de un quiebre
de la percepción débil del entorno.
En la fragilidad de tus huesos,
se inicia el ciclo de tu resistencia.”
El coyote, huele el aroma del viento,
su aullido juega con su presencia.
como la muerte, cambia de lugar.
¿Por qué piensas en la muerte?
¿Acaso una flor piensa en la brisa,
en las mariposas
o las manos de un jardinero?
La flor solo es un tiempo infinito.
No teme a la muerte,
no imagina su carne
es un canto de caracola
entre las olas sin final.
Tan simple, parece,
que al olvidar las amarras
que atan nuestros pensamientos,
nos convertimos en espejos puros,
reflejándonos en un infinito.
El joven comprendió:
la naturaleza es un refugio
es parte del viento
y las estrellas que hablan.
No se resiste a la tormenta,
el desierto es un maestro silencioso,
no necesita palabras,
solo es la presencia que sus ojos
ven y su espíritu bebe,
como agua de vida.