A quienes me fallaron, les quité el amor,
creyendo que el tiempo cura cualquier dolor.
Pensé que la vida siempre vuelve a girar,
y que los afectos pueden resucitar.
Lo digo en versos, pues el alma lo exige,
aunque la rima también me castigue.
Cerré mi ser sin dejarles lugar,
negando al tiempo su forma de sanar.
Quizá no fallaron por maldad o traición,
pero mi orgullo les negó el perdón.
Ahora comprendo que el rencor consume,
y el perdón es alivio que al alma resume.
Tanto el rencor como la culpa son emociones corrosivas y destructivas. Soy dado a pedir excusas y perdón y a otorgarlo a otros.
Que el orgullo no nos impida perdonar a aquellos que nos fallaron en nuestras vidas, que las familias vivan unidas.