La luna diluía la ola y
en la distancia la nube, ya rota,
Descubría el índigo mosaico,
la salitrosa y húmeda espuma,
la suave y álgida brisa que
al azogue encoge. La imagen
escarchada tras los cristales
de aquella cabaña, donde
aún se respira un halo de
la esmeralda amada, despierta y
desnuda frente al ventanal que
su sombra proyectaba sobre el
catre de la fantasía, de las promesas
y los besos, de las caricias en los
encadenados cuerpos al
profundo sentimiento, mientras,
el horizonte de fuego se incendiaba
¡Y aquel fuego, lamia los sentidos bajo aquellas blancas sabanas!