La encrucijada
Es noche de hospital y de partida,
y todo va indicando que hay paseo;
no obstante, llega un hombre y sin rodeo,
diciendo que está grave y no hay salida.
Él dice que en su pecho está una herida,
que sangra y que se acaba su deseo;
mas, niega ser creyente por ateo,
sabiendo que está en juego hasta su vida.
Y cuando en su agonía, clama y clama,
no encuentra a quién pedirle y se resiste,
llamando a algún doctor hasta su cama.
El cual, al observarlo y verlo triste,
le dice con pleno gozo: ¡Dios te ama!
Pues, cámbiate de ropa, que él te viste.
II
Entonces, el enfermo vio al galeno
con ojos lagrimosos y sonriente,
y dijo unas palabras, lentamente,
que pueden describirse como ¡bueno...!
Yo sé que me consumo en mi veneno
y en estas circunstancias de paciente,
tan solo anhelo vida y ser valiente,
no quiero que la muerte ponga freno.
Y viéndose en aprietos, sin opciones,
miró y tocó su pecho desahuciado,
pidiendo a aquel doctor, mil oraciones
para salvar su vida y su pasado.
Dejó de ser lo que era, y da lecciones,
después de haberse visto, ya acabado.
Samuel Dixon