VIII
Así, izado tu brazo por mi mano, tu axila queda
desamparada y vulnerable frente a mi deseo
Tu lucha es inútil, mi hocico ya olisquea su presa
Sonrío y me extasío como un lobo contemplando
en el lago de tu piel quieta el olor plata de su luna
Tu sabor más oculto me espera, en segundos será mío
Aún intentas zafarte y no adivino si es jugando
o si de verdad te asusta la lujuria de mis colmillos
Pero entro, dulcemente entro en las aguas de tu espejo
Aroma suave, brisa de primavera, en él me cuelo
Después la saliva tersa de mi lengua te aceitea
Tu vello menudo, incipiente, ruboriza y se prende
y te oloro y te huelo y en mí se hincha el cielo
y ya no puedo contenerme en tu jardín, que se brota
en ácido aroma a campo, hierba húmeda y rota,
y a espinos que se hunden en el rojo de mi boca
y lameteo y trago a destajo el néctar que me aboca
y tú gimes o protestas, te rebelas, bregas y te vences
Cuando salgo y te libero siento mi lobo fiero
relamerse de ambrosía, fresca alma de tu vello
Pasión hecha materia, que te lleva mi garganta:
Y me inunda las cuevas de mi olfato
Y me tiemblan vísceras de arrebato
Es el sabor olor del pelaje fiera de tu yegua
la que cabalgo en la cima de mis dientes,
la que bucea ahora en el volcán de mi boca
mientras tu cara me suda una mirada inquieta
y yo, salvaje sobre el trono de mi triunfo,
te sonrío y te delirio en mis adentros: ahora sí,
ahora sí que me he saciado de tu elixir más puro