Alberto Escobar

Una lámpara

 

 

 

Noche fría, distancia
de aceras grises e invierno,
manta en la mente, refugio,
mirada a lo alto, luz, hogar,
ventanas sucesivas, abejas
en enjambre debajo, jardín
abundante y verde afuera
de árboles, arbustos y matas. 
Camino en silencio, una ventanera
luz aviva mis pasos, el pensar caliente
de un hogar de un aún oscuro frío,
sin leña que le conceda condición
alguna de refugio, de espacio
cuadrado y profundo, caliente, 
carbonoso, absolutamente rico
de afectos, y que en nuestros vellos 
alguna vez, sea en casa ajena o propia,
hemos sentido, un erizar de gusto.
Y el acenizado despertar de la mañana,
cuando el fuego se duerme ignorado, 
cansado de hablarme solo, es un lujo, 
un levantarse entre un aire todavía
caluroso de lo reciente, y, cuando caigo
en la cuenta de que esa lámpara
color crema tostada, cálida, acogedora,
fue muy antaño ese fuego familiar,
los clanes reunidos antes de acostarse, 
me alegra tanto poder entenderlo
que, sin querer, se me abre una espita
en los ojos como transformado en lince. 
Noche fría, ya casi en casa, 
una lámpara color tostada de aceite 
y miel me pone largo los dientes—y una 
especie de envidia se me apodera;
seres gozando debajo, en pijama, 
viendo su programa favorito—, 
y casi ya meto la llave en el ojo, 
y el calor se me va ya apoderando,
y de gusto me muero poco a poco. 
La mirada se me empiezan a cerrar.
Ya, por fin...