Cuando el crepúsculo se quema en mis venas,
y el sol sucumbe a la negrura helada,
mi alma se disuelve en la sombra quebrada,
perdida en un horizonte que ya no me pertenece.
Las sombras se estiran, pero el tiempo se desangra,
mientras la luna se oculta en su propio lamento,
y en esta oscuridad que me devora, mi corazón
se esconde, despojado de su último grito.
El viento, como una voz que se olvida,
me susurra relatos de algo que nunca fue,
historias en las que los sueños se diluyen
y el olvido se vuelve mi único refugio.
Así, mi mente es presa de un daño
que no se entiende, que se arrastra
con cada tic del reloj,
donde la noche es calma
y la calma, mi única mentira.