Los días se iban alargando poco a poco pero el frío continuaba siendo el rey del Invierno. Ella vivía ahora a base de prados exageradamente verdes y ocasos dorados, de mares embravecidos que estallaban en los escarpados acantilados. Recordó aquella vez que se acercó tanto que pudo ver la caída vertical en la pared, y las rocas, muy abajo, con su reiterada melodía, la llamaban intensamente. La lluvia no podía atravesar su ropa, pero sentía cómo le calaba el alma.
«Quizá algún día me atreva a ser una sirena y pueda sonreír al sentir la lluvia, bailar bajo las olas o nadar por la estela rojiza hacia el sol poniente...».
Pero en este presente, cómo reconocerse sirena, si apenas sabes de sortear las olas de la nostalgia...
©️