Lucas y Juan se conocieron en La Bestia, aquel tren de carga que miles de migrantes utilizan para acercarse a la frontera con Estados Unidos. Lucas, guatemalteco, y Juan, hondureño, compartían un mismo sueño: trabajar en los campos agrícolas y salir adelante, como muchos lo habían logrado antes. Dejaron atrás a sus familias, a sus raíces, y emprendieron el peligroso viaje con la esperanza de un futuro mejor.
Pasaron días difíciles. El hambre y los abusos eran moneda corriente en el trayecto. Dormían incómodos, sin más cobijo que el cielo estrellado, pero se mantenían firmes, alentándose mutuamente.
-\"Órale, hermano, vamos por nuestro sueño\", repetían entre ellos con determinación.
En un pequeño poblado, unas señoras mexicanas, conmovidas por su situación, les ofrecieron agua y comida para el viaje. Aquellos gestos de bondad les devolvían un poco de fuerza para continuar.
Al llegar a la frontera, la tensión creció. La última prueba antes de alcanzar su meta era la más difícil: cruzar el muro y correr hacia la libertad. Lo intentaron bajo el amparo de la noche, con la adrenalina impulsándolos. Corrieron con todas sus fuerzas, pero la suerte no estuvo de su lado. Lucas, el más corpulento de los dos, no pudo seguir el ritmo de Juan y fue capturado por la \"Border Patrol\". Los agentes se reían mientras conversaban, como si la vida y el sufrimiento de Lucas fueran una simple anécdota. Juan, desde lejos, miró impotente cómo su amigo era llevado de vuelta. Con el corazón encogido, siguió corriendo hasta perderse en el horizonte.
Dos meses después, Juan recibió noticias que lo estremecieron. Lucas había sido deportado erróneamente a Colombia, lejos de su hogar en Guatemala. Peor aún, su esposa hondureña, que había esperado con ansias noticias suyas, falleció antes de reencontrarse con él. Con el alma destrozada, Juan miró al cielo y dio las gracias por haber llegado, pero juró que nunca olvidaría a su amigo Lucas, el que no pudo correr más tras su sueño.
Justo Aldú
Panameño
Derechos Reservados / enero 2025