Noches andróginas, serpientes.
Encadena
en ti
invisible,
sustentos
de elixires,
posesiones de fuego,
manantial,
pero desiertos, laberintos,
las almas risueñas, espectrales
¿dónde estarán?
¿dónde ya no ver prisiones?
Es más que recibir las corolas,
como simbolos de paraísos.
Eyectas lo salvaje,
humos, tus faros;
silentes desenvuelves llamas
aureolas,
óleo,
alcohol ardiente derramado,
tal como el solsticio,
sobre el tornasol de lo indómito,
belleza,
ubérrima primitiva animal,
éterea,
ensueño,
que se desintegra,
lo mismo de conciertos,
lo mismo que desapariciones
de atardeceres,
es por eso que puedo oír miles de cadenas
desatándose violentamente en fuegos,
rompiendo umbrales vítreos,
póstigos...
Invocas a la muerte en el jardín del pasado,
a demonios de profundas oscuridades,
en la meditación,
entonces derrama,
sobre mi tus aceites,
envuelveme con tus inciensos,
que tus cánticos me besen en esta limpia,
que vuelva el lecho prístino y primigenio,
pozas formadas entre rocas,
refulge en sus aguas mis cenizas,
tus mantras,
tus lagrimas,
y que en aquel espejo
se pose su rostro,
mi propio rostro...
Enciende tus velas
derrama su esperma,
libera mi respiración
tal como lo expansivo,
de vibraciones de cuencos,
toma cartas filosas,
toma las voces del más allá,
cristalinas esferas que se evaporan,
e invoca a mis ojos,
extrae mi sangre,
bésame en la frente,
con tus labios blancos,
porque ya he visto al jaguar,
entonces de mi ceniza;
que brote mi propia sangre
en piletas de obsidianas y nardos,
en el centro de incesantes giros,
retornos...
Entonces mi propia voz despierte,
a mi mismo que broté de mis cenizas,
\"ya puedes volver al canto,
y sobre ti se posará el águila\"
estarás en las olas,
y en el precipicio,
en silencio a la vez del estruendo,
con una corona de sol y hiedras,
en edredones de arena,
y la brisa te besará,
podré ver;
como su destello revela mi regresión,
a la paz y al maestro,
porque mi sonrisa estará en el aire.
Diego Rojas