Ricardo Castillo C.

VOLVÍ A MÍ Y SUCEDIÓ LA MAGIA

Dejé de tocar puertas sin eco,

de sembrar primaveras en tierras ajenas,

de esperar barcos en muelles desiertos,

de ser un mendigo en la casa del viento.

 

Dejé de buscar en ojos ajenos

la luz que siempre habitó en los míos,

de pedir amor como quien pide tregua,

de ser un reflejo sin rostro,

de entregar el alma sin recibir abrigo.

 

Y entonces, magia...

Magia en mi nombre olvidado,

en la voz que me llama desde adentro,

en las huellas que nunca debí borrar.

Volví a mí,

como quien regresa de una guerra callada,

como quien encuentra su casa en ruinas

pero con las llaves en la mano.

 

Y me vi.

Con las cicatrices de todas mis derrotas,

con el polvo de todos mis olvidos,

con el peso de todas mis ausencias.

Y me abracé.

Me dije “aquí estás”,

y supe que siempre estuve.

 

Y entonces, magia...

Porque nunca se fue,

porque siempre fue mía.

Porque afuera solo están las cerraduras,

pero las llaves,

las llaves siempre estuvieron en mí.

 

Y elegí.

Elegí la vida,

el amor que no mendiga,

las manos que sostienen sin atar,

los ojos que miran sin perderse.

Elegí merecer.

 

Y al fin,

después de todo,

después de tanto,

seguí vivo.