Desde el dormitorio puedo ver la luna llena.
Mi papá decía que sería un despropósito, pero me hace sentir un poco menos sola.
No suelo confiar mucho en juicios ajenos,
no en un sentido ególatra
(Creo, espero)
Más bien me entierro bajo tierra y espero que nadie sea mi vigía por la eternidad.
Soy una centilena desde la cama.
Tal vez un poco demasiado ensimismada,
aquí va una pizca del resto:
Por la mañana una paloma pasó muy cerca de mi cabeza,
estremecí, desde niña grito ante la presencia de cualquier sombra
por eso pasó.
Continúo preguntándome todo tipo de cosas extrañas
¿Por qué explotan las estrellas en el cielo?
¿Por qué nadie las ha podido salvar?
Ni ver.
La clase comenzaba en la mañana.
Lo que hay a mi alrededor me aterra,
susurros que fallecen a ras del suelo.
Aunque ví una pintura, aquí te la cuento.
Hombre pequeño en el centro con el entrecejo arrugado,
en la faz un poco de miseria.
Rojo brillante le cubría los hombros.
Con un trono marfil que lo hacía lucir pequeño (¿Podría ser algo más que mi percepción atolondrada?).
Despistada ante la descripción.
Un miembro construido de basura.
Al fondo,
meteoritos, las estrellas que creé.
Hombrecillo flotando en el espacio.
Lo que puedo pensar sobre esto
no vale en verdad la pena.
Aunque
¿Quién es el artista? Pregunto.
¿Qué es lo que intento siempre desmembrar en las cosas que ocurren?
La luna continúa erguida, parece conocerme.
Mis días son descargas de odio hacia esta tierra extranjera,
agotada de las horas,
de los escudos y las pinturas.
No soy una artista,
no lo he sido ahora que me conozco.
¿pero debo hablar sobre esto?
No he crecido para creer en mi propia voluntad.
Entre centinelas y pinturas,
un destello me cuida las espaldas,
el hogar marchito.
Y las horas que pasan.