Entre las cobijas y desvelos,
donde las luces son heridas abiertas en la noche,
camino entre sombras que respiran,
que hablan, que ríen, que existen.
Millones de pasos cruzan los míos,
millones de historias se tejen y destejen,
pero yo soy un hilo suelto,
un susurro que se pierde en el viento.
¿Cómo es posible sentirse tan solo
en medio de este océano de almas?
Cada rostro es un espejo,
pero en ninguno me reconozco.
Las risas ajenas son ecos lejanos,
las miradas, destellos que no me alcanzan.
Estoy aquí, en el centro del mundo,
y sin embargo, soy una isla invisible.
El aire huele a café y a prisa,
a sueños rotos y promesas vacías.
Yo también tengo sueños,
pero flotan como cenizas en la corriente.
A veces, quisiera gritar,
desgarrar el cielo con mi voz,
pero las palabras se ahogan en mi garganta,
y solo queda el silencio, mi fiel compañero.
¿Dónde está el lugar que me espera?
¿En qué calle, en qué esquina, en qué pecho?
Sigo caminando, buscando,
aunque sé que la búsqueda es el destino.
La multitud avanza, imparable,
y yo me dejo llevar,
un grano de arena en el desierto,
una gota en el río del tiempo.
Tal vez la soledad no sea más que esto:
un recordatorio de que, en el fondo,
somos todos islas,
Varados en el mismo mar infinito.
Y así, entre millones,
sigo siendo yo,
un eco perdido en la multitud,
un corazón que late en la oscuridad.