Si de algo me arrepiento es de haber sido
tibio con las metáforas,
de haber ido dejando en cada párrafo
una mezcla de fruta y agua hervida que ni salva
ni condena la espada que reluce:
jamás perdonaría a quien hiciera del mar una verbena,
o erigiera en el mundo una abadía
de distritos comanches,
sin embargo
me he dejado apresar por los piratas de caras empolvadas
y he bebido licores de flores altruistas.
Si en algo he sido infiel
es a mí mismo,
hipócrita,
alevoso,
el dandi de la flor en el ojal
capaz de amancebarme con yeguas y con líquenes
y ser al mismo tiempo portavoz
de turistas difuntos.
Ahora reconozco que nunca he sido un bardo
con las uñas de plomo,
que he abusado del tacto de las nubes
y la voz del telégrafo:
no puedo prometer, pues no soy yo quien escribe,
que cerraré mis puertas a los versos luciérnagas
pero sí que abriré los ventanales que alumbran
submundos silenciosos.