Alberto Escobar

Algo rapidito...

 

 

Algo rapidito, tengo 
desde este preciso instante
diecisiete minutos para escribir,
desbrozar lo escrito, criticarlo,
publicarlo y abandonarlo, cual
perro que muerto, íntimo, deja
de latir tras un rosario de avisos
—avisos a los que por la cegazón
del amor no das razón—, y cuando
certificas que ya no palpita, no abre
los ojos para dedicarte un aunque
fuese tenue ladrido, un lametazo
contra pronóstico, te sumes lloroso,
aceptas sin atreverte del todo que ya,
al abrir la puerta al caer la tarde
después de una larga jornada laboral,
su alegría saltante y nerviosa, ya no,
ya deja de ser más, y la primera vez
que vives esa ausencia sientes un pinchazo,
tal una aguja de practicante, y el alma
se te astilla, grita bajito para no molestar
a los vecinos, y una lágrima —ya gestada
en tus lagrimales desde hace tiempo— sale
como salía él cuando, correa en mano,
lo sacabas al parque a explayarse, a defecar
si no se defecó antes en su cubículo, a correr
todo lo que en su cuentaquilómetros cabe, 
y vivir ese instante que tú le brindabas 
cada día, al atardecer, cuando volvías laboral
de la calle y llegabas a poder sonreír libre,
plácida, sin notas de email que evalúen
la calidad de tu rendir libre, fuera del trabajo,
ociosa, siendo tú en la medida en que alguien
puede serlo en esta camisa de fuerza que llaman
sociedad contemporánea. 
Son la una y cinco minutos —me quedan otros
cinco—. 
Pongo una última tontería, un pespunte final
en esta divagatio que tanto es en mí, que tanto
me caracteriza y me forra por dentro. 
Si, algo he escrito, hoy toca, es martes.
Corto aquí para que a y diez haya dado ya
imprenta a todo este despropósito. 
El jueves sigo...