Érase una vez una princesa que dejó caer
lágrimas sinceras en el regazo de su protector.
Pero el protector era un cuerpo muerto,
tan frío como el corazón de un mentiroso,
cual mentira endulza a esos oídos caprichosos.
Aun con la mortalidad a la vuelta de la esquina,
debe de ser fuerte el amor de ella por él,
pues oscila en tranquilidad mientras cesa de llorar.
Ella se ve en el espejo como una niña inocente,
sin embargo, el mundo la ve como una mujer.
Mis condolencias a todos los invitados,
pero informan que se avecina una masacre
de magnitudes opuestas a las que estimaron,
el crimen del amor.
Y así es como todos mueren, pero tú no morirás.
Solo nos tenemos el uno al otro para defendernos,
o eso creíamos el día de nuestra muerte.
Los pétalos blancos se mancharon de sangre
y oímos al demonio burlarse de nuestras promesas.
Lamento que tu corazón no soportara el calibre
impuesto por mis venas malignas y complicadas,
orquestando tu caída sobre mis manos, querida.