Usted es la culpable
de mis penas,
de este incendio
que arde sin hoguera,
del beso que en mis labios
desespera,
del alma que en su ausencia
se enajena.
Es culpa suya
el vértigo y la duda,
la sombra que me sigue
en cada esquina,
la herida que en el pecho
se adivina,
y el sueño donde su aire
aún me anuda.
Si sabe que en sus ojos
soy tormenta,
si sabe que en mis manos
hay cadenas,
¿por qué su corazón
aún me atormenta,
sin dejar que mi amor
arda en sus venas?