Te deseo con la urgencia de un hambre insaciable,
con la fiebre ardiente que no encuentra descanso.
Eres el pecado que mis labios buscan,
la tentación que mis manos ansían poseer.
Cuando caminas desnuda por la casa,
el aire se llena de tu olor,
mi lengua imagina su camino,
mis manos adivinan la suavidad de tu piel.
Me enloquece cuando me susurras
que bajo ese vestido corto no hay límites,
que tu piel es mi lienzo,
que mi boca es dueña de tu deseo.
Tus pezones, firmes y perfectos,
se rinden bajo el calor de mi lengua,
mis labios recorren tus caderas,
y descienden, hambrientos, entre tus muslos.
Me fascina perderme en tu selva oscura,
saborear cada gota de tu esencia,
sentir tu cuerpo estremecerse,
escuchar tu voz quebrarse entre gemidos.
Pero la distancia nos castiga,
y cuando al fin te tengo,
cuando mi piel por fin choca con la tuya,
quiero devorarte sin freno ni calma.
Sin embargo, algo ha cambiado...
Los días en que me tomabas sin tregua,
en que nos consumíamos hasta el amanecer,
parecen desvanecerse en el tiempo.
¿Es el compromiso lo que te frena?
¿Es el amor lo que nos modera?
No sé si me deseas como antes,
pero yo sigo ardiendo por ti.
Y cuando nos encontramos,
cuando el mundo nos deja a solas,
quiero que olvides todo,
y me dejes hundirme en ti,
como si fuera la última vez.
JFAS 05-02-2024
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