Alberto Escobar

Posí

 

 

Parece que le he cogido 
el gusto a esto —no se engañen,
repito —digo repito porque ya
hice mención de esto en otra
de mis ocurrencias—, esto poema
no es— de escribir sin pensando
a contrarreloj; es como una liberación
engañosa, un dejarse llevar sin temer
si el helio de este globo me lleva a Marte
o a Miercoles o a Jueves, qué importa...
Me sueno —no tengan en cuenta 
la insolencia— a Cortázar en algún vídeo
que hace ya un tiempo gocé, él recitando
sus propios pasajes, sus cuentos tan llenos
de ingenio y de espontaneidad —ese es mi
propósito, mi sueño— y a la vez tan desca
bezados, tan sin sentido aparente, tan locos
—como yo sé que soy— y a la vez tan cuerdos,
tal una especie de composición quijotesca
donde el humor más que evidente guarda 
en su seno todo un tratado filosófico de una
sesudez que ni los más profesionales de este
género pueden ni pudieron pergeñar. 
Eso parece, y me está resultando al tiempo
placentero —por aquello de la libertad que
entraña escribir de esta guisa— y edificante
—por aquello de que escribiendo así convoco
incluso a aquellas musas que remisas suelen
esconderse tras los pliegues del pericardio
y se hacen las sordas a mis convocatorias—,
y si sigue la cosa por este derrotero continuaré
en este ejercicio —aspiro a que alguien, alguno,
de mis pacientes lectores me diga algo, un faro
que en la oscuridad de este arte de componer
pueda servirme de luz a puerto—. 
Posí —como dice mi paisanaje—, y pongo ya,
en un breve muy breve, un punto y final gordo,
orondo, para que, aunque tenga la gana, sí,
la llamada de alguna sirena no pueda franquearlo. 
Ya me decís. 
Y tú, Carlos, si me comentas algo ponme porfi
una posdata porque si no me quedo igual jajja.