El anciano
Balanceado en su ruñida mecedora,
se hallaba el anciano en su congoja.
Pensando en la mujer que aún añora,
transcurrían el tic-tac de las horas.
Perdido en lamentos y recuerdos,
sorbía con desidia el vino añejo;
se ahogaba en su pecho el deseo
de revivir el tiempo de sus besos.
Abatido, con el alma hecha pedazos,
aguardaba la llegada del ocaso;
curtido por los años y el fracaso,
veía entre sus manos su retrato.
Allí estaba el viejo que no olvida,
esa noche la tristeza lo oprimía;
con su voz marchita y derruida,
suspirando sollozaba su partida.
Desolado en su cuarto él bebía,
afligido, no aguantaba su agonía;
cómo es que, por vivir su vida,
dejó ir a la mujer que lo quería.
Andrea Chica