Romey

Fragmento de un relato en proceso

Yueve todavía en ninguna parte en concreto, ahí donde la luz mortecina de una farola dibuja una esfera roja aislada en medio de la negrura de la noche. En un banco de madera de tal manera iluminado está sentado Toni Roi, quizá meditando sobre los acontecimientos precedentes, de los que apenas recuerdo breves matices: una suerte de laberínticas cayejuelas enrevesadas como parábolas de un indescifrable galimatías, el mismo que ha escrito encerrado en un zulo recordando el color azul profundo vislumbrando en el momento justo del crepúsculo nocturno, y en un rincón dos ojos ardientes como antorchas abismales, y una voz sustraída de algún lugar dentro del inframundo, y también flores resplandecientes haciendo retroceder las acechantes tinieblas.
El ensueño de Rai fue roto por el bocinazo de un camionero
Lo miraban todos como si fuese el retrato en movimiento de un fantasma que hubieran olvidado. Y él recorría los momentos de destemplanza como un nadador se entierra en la arena para recuperar el calor perdido. El dichoso Rai de cada día, en una fase distinta, todavía desconocida; alguien sin nada mas que un nombre y una rutina que había abandonado para adherirse a la lámpara mas luminosa de su casa, como una senciya poliya, hija del enigma, que entrara por una rendija sin ser advertida. Era una señal encarnada en persona, en sombra de forma física y pensamiento esquivo, en caos equilibrado sobre el quebrado borde del mundo subterráneo. Y Ela se había hundido en el mar de sueños que le seguía naciendo a negros borbotones, aunque todavía podía oirla respirar, hablar a la nada, musitar una promesa, musicar el silencio con su estridente frecuencia. La noche y el olvido, la copa de vino, el aroma intenso del incienso, el deseo oprimido, el canto interiorizado, la voz del ser supremo y Rai eran uno en el instante presente: un pasado o futuro actualizado al modo cómo él sólo los recreaba con su imaginación hiperactiva para deleitarse ya habiendo consumido el dolor en forma de un sorbo de poesía
Y ahí está todavía, impávido e intacto como una estatua antediluviana sumergida en la mas profunda de las simas, como un pensador de otros tiempos, pero sin pensar, presa de una iluminación espontánea, radical embriaguez del éter que mana de una mirada femenina, de la aguda mirada de la fémina endiosada, calibrando imprecisiones donde la perfección asoma su cara blanca como una hoz que refleja la Luna mientras siega los últimos brotes de un amor antiguo, que ya profesaban los sacerdotes de aqueyos templos hoy perdidos bajo un mar compuesto de una sola lágrima
Desde la cúspide dorada y vertical de una pirámide olvidada Rai observa el trajín de los pensadores en torno a la esfinge pétrea. Y piensa en vuelos pasados, en los aguaceros que azotó con la implacable presteza de sus policromáticas alas atravesándolos de lado a lado mientras deambulaba buscando un portal metafísico por el que regresar al presente empírico donde Rai se haya sumergido en sus reflexiones y sueños bufonescos, dolido de placeres irresistibles como Ela, la oscura damisela que blasfema contra los regidores seculares, escarneciéndolos impíamente con la daga de la burla.
El pueblo estaba sumido en un limbo, distanciado respecto a la idea que Rai tenía de la realidad que había experimentado en su marginal vida de gato cayejero. Conocía las urbes como las palmas de sus manos, tal vez incluso más que los decretos que su pensamiento imperativo le imponía para atarlo a una rutina anestesiante. La yuvia le molestó solo un poco al principio, luego fue sintiéndose mejor estando húmedo, su cuerpo anfibio acabó por adaptarse a habitar cerca de la ciénaga, a escasos pasos de la casa de los fantasmas: pequeña fortaleza abandonada donde solía resguardarse cada tarde de tormenta, con su mente puesta en una escena libresca, exiliado del mundo como un globo de fiesta escapado de las manos de un niño despistado.
Era un panorama fascinante el que se abría ante él cuando trepaba a la cima de un montón de piedras residuales de alguna construcción ciclópea que debió quedar sin terminar. En lo alto se retraía y se extraía de sí mismo oyendo con plena atención las armonías que producían las aves silvestres, el croar constante de las ranas escurridizas como las serpientes que siseaban entre dientes, probablemente igual que Rai narrando episodios singulares para despertar en las profundidades de la tierra mojada el espeluznante gorgoteo de miles de insectos susurrantes desplazándose a sus quehaceres diarios todos a la vez y de repente. Empezó a reírse de sí mismo cual payaso enloquecido, pero seriamente al mismo tiempo delineó unos labios con un palito en un charco de barro ceniciento y su expresión cambió del desparpajo a la gracia del deseo cuando un rayo de Luna escapó entre la rotura de una nube fuxia para terminar matizando su cara de precioso murciélago con un tono deliciosamente siniestro para quien pudiese verlo desde el camino, para Ela por ejemplo, que creo que circulaba en bicicleta por ahí; eso creyó también el bueno de Rai, pero parece que fue el mero ensueño que segundos antes había cultivado en el charco de barro ceniciento. Sin embargo la yamó gritando su otro nombre, y eya se detuvo al borde del agua: imagen ondulante tan precisamente recreada por su ojo ignoto, para pronto ser desvanecida por unas cuantas gotas de yuvia súbita y una niebla dura como esos..., mejor dicho: aqueyos huidizos labios seyados para él herméticamente desde su partida a ninguna parte en concreto a merced de una tremenda y terrible desgana que lo hubiera desarticulado todo a su alrededor si no le hubiera respondido con letal indiferencia cerrando sus exquisitas comisuras a las inevitables preguntas de su amante predilecto, que no desesperó ni al fin ni al cabo, porque sabía con certeza milimétrica las vueltas que daría la carta de la rueda de la fortuna cuando al fin y al cabo se decidiese a dictaminar el reinicio del juego y barajar romances, lecturas a la luz de las velas y juntanzas de lanceros ambulantes de confinaza ya pudiendo representar a la vez los papeles del rey sereno y del brujo impertérrito que ávidamente codiciaba durante su insomnio mientras descansaba de la fatigosa tarea de hilar la fábula medieval con la cabeza horizontal ladeada sobre la hoja amariyenta repleta de cursivos garabatos y signos enigmáticos