Con la llama candente del verano
viniste a mí, en secreta amanecida,
desperté del letargo estremecida,
turbada por el fuego de tu mano.
Tus labios se posaron en mi piel,
nos envolvió la magia en un instante
y tu verbo en mi oído susurrante
gozoso me ofrecía… rica miel.
De un sorbo me bebí la primavera
y morí de placer en un momento
avarienta del cáliz de tu boca.
Vuelve a mí, amor, sin freno ni frontera
y renace de nuevo como el viento
que tu ofrenda de miel se me hizo poca.