Pablo Alfonso

El miedo se sienta a la mesa

Lo vi.  

El arma en su mano,  

el grito mudo en los ojos de la mujer,  

la infancia suspendida en un llanto  

que aún no entendía la muerte.  

 

El instinto me empujó.  

Pero la razón me encadenó a la acera.  

Pensé en mi familia,  

en las manos que me esperan cada noche,  

en el país que prefiere mi condena  

antes que mi disparo.  

 

No reaccioné.  

Porque reaccionar es perderlo todo.  

Llamé al 911,  

seguí el procedimiento,  

esperé a que llegara la burocracia  

con su libreto de indiferencia.  

 

El asesino huyó,  

pero se quedó su sombra.  

Se quedó en la sangre sobre la acera,  

en el niño que aún busca la mano de su madre,  

en la certeza de que el miedo  

se sentará a la mesa con nosotros,  

nos escoltará en las calles,  

nos respirará en la nuca.  

 

El problema será  

cuando todos hagamos lo mismo.  

Cuando la ley se reduzca a papeles mojados,  

cuando la justicia sea un latido ahogado

y la impunidad su sombra.  

 

Llamamos bueno a lo malo  

y malo a lo bueno.  

Hemos perdido el norte  

y caminamos de espaldas.  

Nos aferramos al miedo  

como si fuera destino.  

 

Y un día,  

cuando ya no quede quién detenga la bala,  

seremos nosotros  

los que veamos el cañón de frente.