El único cielo que uno puede contemplar, es el cielo transfigurado que se ve a través de la ventana del transporte público, decolorado por el polarizado con una lámpara a lo lejos como sol naciente, pues cuando el sol tiene la voluntad de asomarse, ya se encuentran fábricas, supermercados y puentes ofreciéndome su inagotable sombra.
Al menos la ciudad no me quita el aire del pecho,
al menos no me quita las ganas de rebelarme,
aunque quite toda posibilidad de rebelión.