Te conozco, viejo dolor,
otra vez regresas,
bestia de dientes callados,
y te infiltras en mis huesos
como un huésped villano.
Te acomodas en mi cuerpo
con paso torpe y certero,
me habitas, me quiebras,
inclementemente tozudo.
Lengua de mil cuchillos
lamiéndome las vértebras,
golpes de un dios distraído
que juega con mis nervios
como si fueran cuerdas.
No hay trato que te ahuyente
ni rezo que te espante.
Vienes solo, ardiente,
y te arrimas a mi costado
como un viejo caminante.
Sombrío devorador de auroras,
reloj que desgranas tu arena,
tormenta que no cesa
en mi habitación sin puertas,
en mis noches sin sueño.