Odio al amor, así como odio las rimas:
tediosas y fastidiosas, unir vocal y consonante
al unísono de una melodía farsante.
Qué absurda me resulta, como si las palabras no fluyeran por sí solas.
Odio las rimas y odio las jaulas,
la métrica y la razón. Yo dejo que las ideas se desborden,
que explote el caos mental,
que mi rabia y mi desenfreno escapen tajantes y victoriosos.
Pero también las amo, cuando una aflora en mi línea.
De pronto, qué dichosa me siento.
Las odio porque existen y me atormentan,
porque no sé escribirlas con la cuantía de sus sílabas perfectas.
¡Cómo envidio al poeta de verdad!
Me quedo con los versos libres y mi dichosa libertad.
No me someto al abismo que su creación genera,
me doblega su métrica ajustada.
Eres tú, terrible rima,
la ninfa que se mofa de mi pluma
y escapa liviana con aire de encanto virginal.