Pides el cielo y las estrellas
con una lagrimita viva
y esperas recibirlo todo.
Sobreofertas a cambio nada
ni una sonrisa prestada
ni un anillo de humo
ni una morisqueta.
Solo te rueda otra lagrimita
suelta.
Las recibo a las dos vivitas en las manos
-en cada hueco una especie
rara de perlas negras azuladas
tibias- para lanzarlas
al aire cuando te vayas
y esperar que no se vuelvan golondrinas
en tus balcones mustios
como en los tiempos de Gustavo Adolfo
Becquer.