Saberme es sostener lo que aún palpita,
lo que resiste al peso de las sombras.
Ni la materia, ni el metal, ni la luz fría,
sino el fuego que arde sin dueño,
el latido que no se rinde.
Y sin embargo, me pierdo en esta pantalla,
destiñéndome en su resplandor sin alma,
como si este parpadeo de mundo
fuera algo más que cenizas suspendidas.