Lúbrico galán, con gusto a moras silvestres, cítricos y manjares nutricios, cubierto su cuerpo húmedo por una bata translúcida, roja como la pasión, igual a la rosa ardiente a la que dedica la suya, su paciente mirada retrospectiva, fría ahora, tiznada de un aura melancólica, vuelta para adentro, bajo los párpados que se niegan a abrirse, bajo varias capas de cana escarcha aún deliberadamente buscando algo que se oculta entre recuerdos dolorosos
Porque el invierno es gris y virulento, y él resiste en tan penoso desamparo gracias a su astucia, captando el matiz violáceo de las largas estelas de las yamas que surcan la inmensidad contenida tras sus pupilas negras como pozos donde desteyos y rumores acuosos hablan de la abundancia en el lenguaje de un pueblo paupérrimo compuesto por innumerables hombres y mujeres que han sucumbido al placer de vivir (o morir) sin yegar a sentir la verdadera alegría ni osar asomarse al infinito para obtener sus propias conclusiones, nunca definitivas, de qué será lo que hay más ayá de esta realidad o representación teatral tragicómica, copia caricaturesca de la sacra verdad, certeza eterna que Rai argumenta uniendo letras que malamente aguantan la dureza erosiva de la pedraza que cae vertical tamborileando contra el florido paraguas que Ela sujeta con fuerza un instante antes de ser arrebatado de sus manos y desintegrado al azotarlo cuatro ráfagas cruzadas
Y el lamentable vendaval se prolonga hasta la cresta de piedras apiladas que coronan la casa de los fantasmas y le sirven de respaldo, mientras hierven todavía las aguas en la ciénaga rememorando emisiones de plasma solar de hace milenios, eras, eones
Hoy el cielo se hunde en la tierra estriada como Rai en Ela, que yace sobre la colcha verde pálida como la hierba empapada en rocío matinal, mirándolo con catalejo desde una isla que solamente eya conoce, mientras él manda a sus sombras compañeras agilizar la marcha, sin encogerse bajo el argénteo arco tenso que habrán visto suspendido en pleno corazón del universal entramado que es la noche del alma, ni ceder al oleaje la poca esperanza que le ha motivado a embarcarse a un viaje cuyo fin, semejante a una deidad altiva a la que sirve con vehemencia, siempre tiene la convicción de ser inalcanzable
Ondulante emanación de un creador apoteósico invadiendo la faz sombría envuelta por el humo de maría. La corona perlada destaca sobre la cordiyera de dientes de sierra, y un rayo tocando la tierra fermentada aparece como el cetro de un emperador incognoscible. Gotas electrizantes atraviesan sus harapos, y algunas brotan de sus ojos acompasadas al ritmo estremecedor del diluvio. Y caen repentinamente, para expandirse y penetrar en la corteza sensible de este mundo seco.
Cosas que pasan por su cabeza como escenas anodinas de la existencia recreadas por actores y objetos para ser impregnadas sutil o burdamente de una excelencia meramente humana y animal. Ve chisporrotear neuronas a contraluz, estando encerrado en el sótano por propia iniciativa, donde apenas entran la claridad de mediodía y la melodía del río. Ahora el tiempo es un devenir presente que fluye incesante, causándole un ocasional mareo que lo obliga a acostarse en el suelo polvoriento. Coge un libro de un baúl que casi han convertido en detrito los insectos devoradores de posibles pasados. Es extraño pero cierto: está escrito a mano con su misma caligrafía. Lo va leyendo y recapitulando su vida (o muerte) sin detenerse para pensar en qué parte de sí mismo, qué doble hijo del horror a la hoja en blanco ha escrito todo aqueyo que no ha podido pasar si no en su cabeza clausurada como un convento a la hora de recitar las plegarias, pero con las ventanas de su alma esencial abiertas a un campo cuántico de historias simultáneas que se están desarroyando lógicamente a su alrededor sin que él se esfuerce en dotarlas de sentido, pues el clamor del galope de los torrentes helados que golpean el desastrado tejado es el mejor mantra que oirá en esa época, cuando, aún encadenado a la presencia volátil de su amada fugitiva, espera paciente la ocasión de frenar su huida haciéndola recapacitar e invitándola a no volver jamás al punto de partida, más bien saltar juntos la grieta y celebrar la reconquista del amor desempolvando la pipa del mago para fumar el tiempo desperdiciado y hasta la distancia entre ambos en caso de que sea demasiada la suma integral de sus soledades binarias