MAQUIAVELICA

Sin Reservas

 

Ella no sabía que el amor podía llegar así,
sin avisos ni señales de tránsito,
solo una mirada suya
y ya estaba conduciendo sin frenos
por las avenidas de su piel.

No era amor a primera vista,
era algo más urgente,
una necesidad de descubrir
cómo se siente su voz susurrando su nombre,
cómo se derrite el tiempo
cuando sus manos dibujan rutas nuevas
sobre su espalda.

Fantaseaba con la forma en que él la desordenaría,
no solo la cama,
sino la mente,
las certezas,
las madrugadas que hasta ahora eran suyas.
Y de pronto, quería compartirlas,
quería que él fuera el insomnio en sus sábados,
el café que no necesitaba,
pero que le sabía mejor si era de su boca.

Era deseo,
pero no uno de esos que se consumen rápido.
Era un fuego que pedía paciencia,
una lujuria que sabía de caricias lentas
y miradas que desnudan más que las manos.

Cada mensaje suyo era un botón desabrochado,
cada encuentro,
una invitación a perderse
en el mapa de sus cuerpos sin necesidad de retorno.
Y ella,
que siempre había puesto límites,
ahora los dejaba en la puerta,
porque con él,
el riesgo valía cada segundo.

No era solo el cuerpo el que se entregaba,
eran sus pensamientos,
su risa que se escapaba sin permiso,
sus miedos que se deshacían entre besos.

Y en esa entrega sin restricciones,
descubrió que el amor no siempre es una jaula,
a veces es la llave,
a veces es el vuelo.

 

 

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