Recuerdo cuando éramos niños, los juegos sin cansancio hasta tarde con los amigos.
Las manos sucias y sudadas, las piernas raspadas por jugar carrera en bicicleta.
Terminaba la escuela y llegaba el verano con todo su calor e interminable diversión.
Nada de estrés ni preocupación; jugar futbol en la canchita del barrio por las tardes era la ocupación.
La reunión era para contar chistes, tomar jugos y conversar hasta bien entrada la tarde.
La inocencia de aquellos días sin la tecnología y las tonterías de hoy sin duda fue la mejor.
Fabricábamos autos de cartón con rueditas de tapitas, comíamos golosinas y helado.
No teníamos demasiado, pero éramos felices y no pedíamos tanto, solo una pelota y un arco.
Sin darnos cuenta iban pasando los años; llegó el momento en que cada uno por su lado.
Terminó las reuniones, los chupetines, las bicicletas, la cancha, el fútbol, la pelota y el arco.
Las responsabilidades llegaron, y marcaron el calendario lo que en la infancia jamás hubiéramos imaginado.
Los amigos de aquellos días viviendo sus vidas en diferentes lugares, ciudades y barrios.
Cada uno con su dilema, su trabajo, su horario, luego los hijos, la esposa y el divorcio.
¿Quién no ha extrañado a ese divertido niño de hace veinte, treinta o cuarenta años?
Hoy nos ahogan las cuentas, los préstamos del banco y vivimos luchando por un salario.
De niño jugábamos a ser adultos; hoy queremos volver a ser niños, pero la línea del tiempo sube, pero no baja.
Ahora solo nos queda recordar aquella formidable infancia, con una sonrisa y mucha nostalgia.